Con la sabiduría que muchas veces confiere la ancianidad, Katharine Hepburn, conocida como La Primera Dama del Cine, decía que su larga vida había estado marcada por la sentencia de un novelista (1) que sus padres habían hecho suya: ‘Escucha la canción de la vida’.
Lo
cierto es que la canción de la vida es, a la par, renuncia y poesía,
hiel y miel, dureza y ternura… Lo que trae a mi memoria una hermosa
historia…
En 1942 se publicó un libro llamado ‘La Estirpe del Dragón’ (Dragon Seed), escrito por Pearl S. Buck (2), ya por entonces ganadora del Pulitzer y el Nobel de Literatura. Una espléndida versión para el cine se estrenó dos años después de su publicación, y todavía hoy sigue manteniendo, junto a su original literario, toda su frescura y actualidad.
En 1942 se publicó un libro llamado ‘La Estirpe del Dragón’ (Dragon Seed), escrito por Pearl S. Buck (2), ya por entonces ganadora del Pulitzer y el Nobel de Literatura. Una espléndida versión para el cine se estrenó dos años después de su publicación, y todavía hoy sigue manteniendo, junto a su original literario, toda su frescura y actualidad.
Todo
comenzó en un momento histórico con ciertas similitudes con el actual…
allá por 1937, cuando el mundo entero estaba gestando un conflicto
bélico de mayor magnitud que aquel otro de comienzos de siglo. En ese
escenario hubo una vez una familia de agricultores que vivía aferrada a
la tierra que le daba arroz, allá en los fecundos campos de China, muy
cerca de Shanghai.
Siglo tras
siglo, de generación en generación, los productos que esta familia
cosechaba le servían de alimento, vendiendo lo sobrante en el mercado
del pueblo, donde casi todos los habitantes son parientes unos de otros.
El
cabeza de familia se llamaba Ling Tan, pasado de los cincuenta años,
buena salud, padre de tres varones y una chica. Satisfecho de la vida,
en realidad no es rico ni pobre.
Desinteresado
de lo que acontecía más allá de su propiedad, ni siquiera sabe leer y
escribir. No importa, sus preocupaciones diarias se reducían al cultivo
que debía realizar antes de que el sol se pusiese sobre las colinas del
Valle de Ling.
A decir verdad,
lo único que este hombre tranquilo necesita saber es que la tierra que
cultiva le pertenece, no sólo en la superficie, sino en las
profundidades…
Había oído decir
que la tierra era redonda. Su primo, hombre instruido, le confirmó que
así era, y que en la otra parte del mundo, la de abajo, las gentes hacen
todo lo contrario a lo que debe hacerse. Ling Tan pensó, incluso, en
pedir su renta a esos extraños que recogían frutos de una tierra que él
había sembrado… Ah, bueno, también las estrellas del cielo que había
sobre su cabeza le pertenecían…
Su
mujer se llamaba Ling Sao. Señora de carácter, conoce perfectamente a
su esposo, al que ama. Y aunque piensa que el mejor matrimonio es aquel
en que el hombre golpea a su mujer, ella no se quedó quieta cuando Ling
Tan, en los ya lejanos años de la juventud, le pegó en dos ocasiones. La
enérgica campesina le devolvió los golpes; aún hoy, su esposo rememora
aquel episodio llevándose la mano a la cicatriz que tiene tras una
oreja: un tigre me mordió hace tiempo, dice.
Este
matrimonio se siente orgulloso de su prole, joven y necesitada de más
estímulos que el trabajo en la huerta. A excepción de una hija, el resto
de vástagos vive con Ling Tan y su señora.
Tenemos a Lao Ta, el primogénito, casado con Orquídea, que ya le ha dado dos hijos.
Lao
Ta es un hombre curtido en asuntos de pareja, por lo que se permite
aconsejar a su inseparable hermano pequeño, Lao Er, que hace sólo unos
meses ha contraído matrimonio con una bella chica de nombre Jade.
A
pesar de la buena amistad entre los dos hermanos, los caracteres de
ambos son muy diferentes, incluso en la cuestión amorosa; mientras el
mayor quería a su mujer, pero sin precipitaciones, Lao Er está perdidamente enamorado de su esposa, a la que trata de comprender y complacer.
Las
mujeres también muestran sus diferencias. Orquídea es una mujer
reposada y sin carácter, mientras que Jade es vigorosa como el mismísimo
viento.
Estos dos hermanos
tenían un tercero, el adolescente Lao San, taciturno, terco y
caprichoso, pero físicamente el más bello de todos. Mientras sus
hermanos trabajan arduamente, Lao San toca la flauta a lomos de un buey.
Su padre, aunque sabe que ya es tiempo de que piense en casarse, evita
tocar el tema, temeroso de una negativa por parte de su hijo.
COMO UN VIENTO DE PONIENTE
Centremos nuestra mirada en Lao
Er y Jade, jóvenes, enamorados, recién casados. El chico es impaciente,
inexperto en el amor y deseoso de ser padre. Su mayor temor es que Jade
lo abandone por otro hombre. Y es que, antes del matrimonio, Jade estuvo
pretendida por un primo de Lao Er, algo que éste no ha olvidado y que
es motivo concreto de sus infundados celos.
En la obra literaria se nos dice que Lao Er conocía
bien el cuerpo de su esposa, pero no su alma, y de este modo, su amor
por ella era un amor inquieto y lleno de dolores latentes. En
vez de evadirse de esos dolores provocados por el desconocimiento de la
mujer que ama, el muchacho está decidido a afrontarlos, muy a pesar del
resto de su familia, que ve en Jade a una mujer demasiado independiente de su esposo.
A decir verdad, Jade es una anomalía para aquellos tiempos: inconformista, rebelde, como un viento de poniente. Doquiera que se hallaba, lo ponía todo en movimiento.
Emulando
el comportamiento que el varón se había reservado para sí, Jade se
atreve a romper las normas familiares durmiendo la siesta mientras su
marido está sembrando en el campo. Tampoco es la típica esposa
sacrificada que espera a Lao Er en el lecho. No. Ella tiene, para
desesperación de su suegra, identidad propia. Una identidad que
se opone a las directrices tradicionales que imperan en aquel hogar, por
cuya razón replica a su marido con argumentos sensatos que lo dejan
desarmado.
Echando mano de los términos que he venido usando en otras entradas, se diría que Jade personifica a la Conciencia (simbólico 80 %), tanto para ella, su compañero y –como se verá más adelante- para toda su comunidad. En ese sentido, Lao Er personifica a un alma (simbólico 20 %) que pone todo su empeño en la maduración, para lo cual ha de esforzarse en comprender (proceso intelectual de Conciencia) las motivaciones de la Conciencia (Jade).
Al contrario de lo que cabría esperarse, Jade ha adoptado –arquetípicamente- la vertiente más intelectual (masculina, emisora) de la pareja, complementando así a la vertiente más emocional (femenina, receptiva), encarnada en Lao Er. Veamos un ejemplo –simple pero sintomático- que evidencia esto que digo:
Hace
veinte días que Jade cortó su largo cabello. Aunque tradicionalmente el
cabello de la mujer pertenece a su esposo, ella se lo cortó sin más
consentimiento que el suyo propio. Pretendía vender su melena y
comprarse un libro, pero le entró miedo y se echó atrás…
Se
podría decir que el alma de Lao Er se habría empobrecido si otra mujer,
y no Jade, hubiese sido su esposa. Él la ama tal como es, aunque eso suponga tener que esforzarse por comprender sus innovadoras conductas.
Lao
Er es un buen ejemplo de cómo el varón, inconscientemente temeroso de
la indómita fuerza femenina, a la que considera un enigma, lucha en su
psique contra los condicionantes que masculinizaron -en exceso- sus
emociones. Una parte de su psique le pide valor para aceptar que la
feminidad equilibrante convulsione su mundo. La otra, compuesta de los
residuos culturales que alimentan el ego, le exige resistencia y
autoridad.
Por otro
lado, Lao Ta, el convencional hermano mayor, defensor de los valores
tradicionales, no entiende esta relación entre Lao Er y Jade, pues
considera que la mujer no tiene categoría suficiente para pensar por sí
misma, y debe ser tutelada por el varón, que la usará para ser su amante
y traer hijos al mundo. Lao Ta podría representar, perfectamente, al
hombre que se guía por deseos de posesión. Para él, la mujer es un
objeto más del conjunto de cosas que posee. Como tal, debe carecer del
dinamismo que le obligue a cuestionarse las tradiciones imperantes.
Ling Sao, la madre de familia, es de opinión semejante. A su juicio, Lao
Er debería pegarle a su esposa para que sea como su otra nuera,
Orquídea, a quien considera una estúpida y dócil criatura que no
escandaliza a nadie.
Jade,
sin embargo, representa todo lo opuesto: sabe leer y es resolutiva
mentalmente, argumentando sus opiniones y defendiendo su legítimo mundo
interior. La lectura, algo tan inapropiado y peligroso para las mujeres, en opinión de Ling Sao, representa la vía emancipadora que pone final a la tutela masculina.
No obstante, esta madre abnegada y culturalmente intoxicada, conoce bien a su tolerante hijo y sabe que jamás sería capaz de levantarle la mano a su mujer.
Sucede
que un día normal de siembra llegan noticias del norte: la guerra se
acerca. Los enanos del océano oriental -los japoneses- combaten contra
las tropas chinas. A pesar de semejante clima bélico, nuestros humildes
campesinos creían que el norte estaba lejos, y la noticia no pasó de ser
una simple anécdota.
Esa misma
jornada, después del trabajo, Lao Er y su hermano mayor se disponen a
descansar, y mientras la mansa Orquídea espera a su marido, Jade no está
en la casa, sino en el pueblo. Padres y hermanos azuzan a Lao Er para
que vaya en su búsqueda y le pegue, imponiéndole su superioridad
varonil.
Con ese propósito, Lao
Er, espoleado por los comentarios de su casa, sale en busca de su
indócil esposa. Llegado al pueblo, en la Casa de Té, el joven encuentra a
Jade en medio de una reunión convocada por unos estudiantes venidos
desde el norte, que proyectan una película de lo que está ocurriendo
contra los japoneses. Los expositores proponen a los aldeanos que quemen
sus propiedades cuando lleguen los invasores, para que así mueran de
hambre. ¿Estáis dispuestos a resistir?, preguntan. Mientras la muchedumbre -asustada- guarda silencio, Jade es la única persona que responde: ¡Lo estamos!
Todos murmuran alborotados. Pero ella es un ser que se siente libre, capaz de aportar su energía a los demás. Pareciera que ha estado incubando, largamente, fuerza para los críticos momentos que están por venir. Su esquema mental es mucho más amplio y realista que el que barajan sus vecinos.
Lao Er presencia, avergonzado, la escena que Jade acaba de protagonizar. ¿Qué derecho tenía ella a vociferar no estando presente él?, se preguntan los vecinos.
Ante el miedo y el desinterés general, uno de los jóvenes estudiantes insiste: No olvidéis que he estado mostrándoos cosas reales. Pero nadie le atendía y se fueron a casa. Nadie podía pensar, en aquella tranquila comunidad, que la fuerza destructora de la guerra acechaba a las puertas.
Sirva
esta parte del relato que estamos visitando, para reflexionar sobre
cómo la nueva filosofía emergente (New Age) trivializa sobre el mal…
LA CÁMARA NUPCIAL
Saliendo del pueblo, de regreso
al hogar, un enfadado Lao Er regaña a Jade diciéndole que no quiere que
ningún otro hombre la mire, pero ella responde que entrará y saldrá
cuando le plazca, que ya no están en los tiempos antiguos, en los que la
mujer debe ir siempre acompañada. ¡Ojalá lo estuviésemos…! así te encerraría,
dice él. Pero Jade, sabiendo ver más allá de aquellas impetuosas
palabras, advierte los verdaderos sentimientos de su marido, y coge su
mano y ríe. Él trata de resistirse, pero no puede evitar caer en manos
del amor que funde su rancia impulsividad.
La inseguridad psíquica de Lao Er (20 %, alma culturalmente condicionada) se ve aguijoneada por el dinamismo renovador de su esposa (80 %, Conciencia emancipadora). Jade lo sabe, y protege (responsabilidad esencial de la Conciencia)
-con ternura- el alma asediada del hombre al que ama, entregándole el
empuje y la confianza suficientes para que el reequilibrio de fuerzas
que ella propone, no sea reprimido como si de una amenaza real se tratase.
Junto
a un sauce encorvado, bajo una luna llena del color del melocotón
maduro, Lao Er le confiesa que desearía saber exteriorizarle todo lo que
siente.
Se
trata de una tarea muy difícil para alguien que ha sido educado para no
expresarse emocionalmente, menos aun, a una mujer, por muy esposa suya
que sea. Pero un impulso mucho más poderoso que los esquemas mentales
que le han sido inculcados, lo empuja a querer hacerlo. ¿Me contarás todo lo que hay en ti si yo te cuento todo lo mío?, pregunta. Ella asiente.
Esa noche Jade esperará a su esposo, por primera vez, despierta...
-¿Qué pensaste de mí cuando nos casamos? -le pregunta Lao Er.
-Pensé
si alguna vez hablaríamos en confianza, o si iríamos a ser lo que son
lo demás casados. Y pensé si te ocuparías de lo que yo soy, o sólo de
que fuese la madre de tus hijos.
Jade
representa a la mujer que ha recobrado la conciencia sobre sí misma, y
puja por desarrollarla en toda su amplitud. No padece la apatía común de
otras mujeres, que se limitan a desenvolver el rol que la sociedad les
confiere, sino que se siente desbloqueada, segura de sus aptitudes.
Tal
es así que -por primera vez- le dice a Lao Er que sabe leer, y que
desea tener un libro. Él accede a comprarle uno, aunque le cuesta
comprender qué interés puede tener su mujer en la lectura. Le es difícil
aceptar que Jade, la mujer de la que se enamoró, ha eliminado
de su psique la influencia cultural de sus progenitores, consistente en
la veneración de los aspectos más sombríos de la tradición. Unos
aspectos que ella, aun en un clima de hostil incomprensión, se ha
propuesto superar.
Ese empeño será el que haga despertar a Lao Er del letargo del Sistema de Control, en su versión más campestre. Y lo hará acceder al fecundo cosmos femenino que su esposa representa.
En
cierto sentido, el opresivo clima familiar en que se desarrolla la
trama, dentro de que es menos evidente y robusto, se parece a aquel otro
que Tennessee Williams retratara en su obra La gata sobre el tejado de zinc caliente.
En ambos casos, el potente rol de la joven feminidad (Maggie La gata
y Jade) es el encargado de oxigenar las vidas de los varones enamorados
(Brick y Lao Er), cuyas precariedades emocionales son un acicate.
'¿Quién
hubiera creído -se preguntaba Lao Er- que una mujer y un hombre
pudieran adquirir más intimidad hablando que mediante la carne?’ Y, sin
embargo, eso les sucedía aquella noche a ambos. (…) Veía y comprendía su
cuerpo, mas ¿qué se escondía detrás de su lindo rostro y su suave
cutis? No lo sabía. Y ahora no deseaba tocarla, sino escucharla, oírla.
Jade se había hecho una rosca a su lado, acercándose como no se le
acercara nunca. Tan dulce era aquel movimiento, tan afectuoso, que el
joven no acertó a decir palabra. Fue el mejor instante de su vida, mucho
mejor que la noche de sus bodas, porque era la primera vez que Jade se
le aproximaba por su propia voluntad. Se preguntó cómo había podido ser
tan necio que no había acertado a comprender lo que era el corazón
femenino. Pero nadie se lo había explicado (…) Ahora la poseía en
realidad, porque ella se le ofrecía (…) Cuando se durmió, Lao Er sabía
con tanta certeza como si un dios se lo dijese en su interior, que
aquella noche Jade concebiría un hijo. Sí; de aquella noche le nacería un hijo a Lao Er.
El joven se estaba dejando moldear por la feminidad de su compañera. Ella sería su cielo y su tierra, su hogar, una extensión de él mismo. Y juntos crearían.
Jade, alma de Lao Er, es
la creadora de ambiente, la que imprime valor a la materia, la que sabe
que un libro puede ser mucho más que un libro, puede ser una ventana al
interior…
Esa complementariedad entre ambos, verdadera cámara nupcial del espíritu (donde se unen alma y Conciencia, emociones e intelecto, femenino y masculino, lo receptivo y lo emisor), habita vibrante en las profundidades del silencio compartido y en el diálogo integral de ambas partes.
Se trata del compromiso individual por mostrar una naturaleza real que, consecuentemente, suprime
toda la información propagandística (no sólo verbal) que se genera
entre almas poco maduras en el amor. De ese modo, la dialéctica y el
ritual netamente hormonales, con su epicentro común en el cuerpo, dejan
paso a un acople mucho más, digamos, sensitivo.
Jade, sin duda, ha sido paciente y ha logrado el objetivo de elevar a su compañero hasta un estrato más sublime de expresión amorosa. Lao Er ha demostrado su disposición a ello, evitando que la relación marital acabase bullendo de frustración.
Es
muy posible que, si las necesidades espirituales de Jade no hubieran
obtenido la respuesta adecuada por parte de su marido, ella hubiese
boicoteado la relación, extremándose en su afán de libertad o,
simplemente, dejándose morir. Ambos extremos son comunes formas de
escape femenino ante una relación conformista.
Porque
la oculta fuerza femenina es inconformismo puro, renovación, creación
de nuevos escenarios de experimentación. Indómita, sin disposición a
adaptarse –por siempre- a mediocres marcos de experiencia, puede que se
la doblegue, pero acabará por destruir el escenario de las apariencias. Y
de entre los vestigios, tarde o temprano, renacerá.
En conclusión: Jade se negó a ser, para su compañero, una versión mejorada de su mamaíta. Jade ha puesto la primera piedra de sus edades como mujer… Elegirá cuando ser niña, hija, madre, amante, compañera, socia, líder, pupila, maestra, loba solitaria…
Y Lao Er acepta el reto.
Una vez más, amigos lectores, se demuestra que el esfuerzo es el tuétano de la evolución. Y vuelve a quedar claro que todo lo real e importante en la vida es CONDICIONAL. Las puertas de la ‘Cámara Nupcial’ NO
se abren ante el impertinente grito de quien proclama su creencia en el
‘Amor Incondicional’; todo requiere de unas condiciones. Como ha de ser.
Continuará.
(1) Charles Dudley Warner (1829-1900)
(2) Sus ideas feministas marcaron su vida y obra literaria. En 1949 fundó Welcome House Inc., organización dedicada a la protección social, económica y educativa de los niños.
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